José del Carmen Palacios Aguilar
Cuando escribimos es porque el texto aparece -entre las manos – muy próximo a una experiencia vivida. Cuando escribimos lo hacemos pensando en ese viaje que hacemos entre las palabras que aún aguardan su tiempo, ese que se escudan tras las dudas.
Erskine en Svappavaara
Cuando escribimos, y nos colocan un punto innecesario entre palabras, estos – si nos dejamos- nos apartan abusivamente del camino, nos arrebatan bruscamente la libertad, nos quitan la palabra concedida. Si, cuando nos colocan un punto innecesario nos sacan abruptamente del juego, nos involucran en un crimen, nos sacan de raíz del lugar donde habíamos decidido crecer.
Cuando nos colocan una coma, nos interrumpen intempestivamente el viaje, nos alejan de la ciudad que estamos relatando, nos secuestran de forma violenta, nos cambian el escenario de la vida que acompañaba nuestro andar, ese al que pretendíamos llevarlos como viajeros o colonos.
Cuando nos colocan una coma nos apartan de nuestra patria, nos involucran en otra historia, nos llevan a otro lugar, nos dejan en medio de una tormenta dantesca, desorientados, ensimismados, si nos dejamos.
Pero, un punto seguido – en cambio- nos señala que debemos continuar en la misma dirección, nos invita a seguir por la misma senda. Un punto seguido es como andar a pie por una calle medieval, es como una vía del tren con ligeros cambios de dirección, pero sin paradas; es mirar por la ventana y ver un mismo paisaje sin lograr identificar sus fronteras.
Cuando nos colocan un punto, una coma, nos roban una historia, una vida, una posibilidad de existir, si nos dejamos.
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